Lo duro de las ciencias blandas: microensayos sobre la sociedad contemporánea, la ciencia y su historia
Palabras clave:
Ciencia -- sociedad contemporánea, Tradición -- futuro de las cienciasSinopsis
El libro Lo duro de las ciencias blandas: microensayos sobre la sociedad contemporánea, la ciencia y su historia, sin duda, es de manufactura poco ordinaria. Se trata de un conjunto de diecisiete reflexiones cortas escritas por Rafael Guevara Fefer con un estilo fresco, ordenadas en dos secciones, y cuya lectura parece ser una respuesta natural ante títulos sugerentes que nos remiten a preocupaciones de gran actualidad.
La primera sección está dedicada a la no siempre clara y armónica relación entre la producción científica y las sociedades contemporáneas. Los microensayos que la componen se desarrollan en torno a detalles cotidianos, esos con los que los ciudadanos comunes solemos enfrentarnos a veces sin mucho detenimiento, pero cuyos nexos con las ciencias son innegables y que, indudablemente, precisan de análisis constantes.
Así, puede verse que por las páginas de este libro desfilan tópicos como la manufactura de utensilios artesanales, la divulgación científica a través de monitores de televisión en autobuses urbanos, la persistencia del hambre en el mundo, las noticias
sobre los prodigios de las células madre, los animales de compañía y las economías que se generan alrededor de ellos, el maltrato hacia las vacas lecheras o el sustancial incremento de tasas de suicidio en México. Todos con un denominador común: el
papel que en ellos juega la producción científica.
La segunda parte se vuelca sobre la ciencia, su historia, sus instituciones y desafíos.
De modo que es posible encontrar momentos clave como la publicación de la obra de Thomas Kuhn, Estructura de las revoluciones científicas, el papel de instituciones como el Consejo Nacional para la Ciencia y la Tecnología o la Escuela Nacional Preparatoria, los discursos museológicos que moldean la percepción de la historia científica e, incluso, el vínculo entre la enseñanza y la investigación. En este caso la pluma del autor parece estar guiada por un afán prospectivo y propositivo.
Los rasgos señalados anticipan ya un libro de interés, no obstante su valor no está limitado por ellos. También debe destacarse que a través de esta obra fluyen pistas para valorar la utilidad del estudio histórico de las ciencias. Está dirigida a un público que no requiere ser especialista en la historia, la sociología o la filosofía para comprender que el examen desde estos campos es capaz de arrojar luces sobre problemas éticos, sociales, económicos y políticos que atañen a la sociedad mexicana de hoy y a
su producción científica.
Por otro lado, Lo duro de las ciencias blandas tiene la ventaja de estar escrito en un formato no convencional para las academias. Se inscribe en un nuevo modelo de flujo de información y conocimiento: el del siglo XXI donde las redes sociales conducen
cada vez más a la comunicación horizontal, a la participación y democratización del saber. Ello explica el hecho de que cada reflexión se despliega en un reducido número de oraciones sin sacrificar seriedad en el contenido, al mismo tiempo que resultan ser una invitación para estudios más detenidos y profundos.
El formato no debiera extrañar, ya que los textos que componen el libro fueron pensados y escritos originalmente para su publicación en un blog, El presente del pasado, cuyo alcance en términos de número y diversidad de lectores, le han convertido en poco tiempo en un referente en el ciberespacio. Los jóvenes de hoy —que son herederos de un desarrollo tecnológico marcado por tablets, smartphones, WiFi, banda ancha, blogs, microblogs y muchos artilugios más que permiten comunicar,
transferir y enriquecer conocimientos en múltiples direcciones— parecen ser los destinatarios lógicos de estos microensayos. Las nuevas generaciones de lectores se han convertido en actores de novedosas formas de producción del conocimiento, donde
la economía —en tiempo para lectura y espacio para escritura— constituye un factor determinante.
Es preciso señalar también, que el autor, historiador y profesor de amplia trayectoria, ha contado con la doble complicidad de Luis Fernando Granados. Primero porque como editor de El presente del pasado, el doctor Granados abrió la oportunidad
para que estas reflexiones vieran la luz, y segundo, porque fue él quien se encargó de dar título a cada una de ellas.
Finalmente, es motivo de celebración el hecho de que esas “entradas de blog” hoy se reúnan para componer un libro, porque con ello se inscriben en una tradición milenaria: la del papel y la tinta. La que preservó del tiempo, y a través del mismo,
el pensamiento de numerosas civilizaciones pasadas, cuyo recuerdo nos deja —entre el placer y la nostalgia— el reconocimiento de que somos entidades esencialmente históricas
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